PALOMAZOS

Una sección en donde nuestros colegas artistas nos acompañan
en el escenario, pero en esta ocasión utilizando la palabra escrita.

Escenario contra fandango
Ana Zarina Palafox Méndez

Todas las artes escénicas implican un desarrollo de virtuosismo individual, como justificación de la división público/artista. El artista tiene qué ofrecer algo que el público admire, para que éste último desee acudir a invertir su tiempo, su atención y, a veces, su dinero en el artista
En correspondencia, el artista debe invertir tiempo y disciplina para adquirir ese virtuosismo. En la consciencia escénica ideal, el artista se debe merecer el escenario, como un escalón simbólico que lo lleva a un nivel superior con respecto a su público.
 

Ese nivel amerita no sólo la atención, sino las peticiones de autógrafos, compra de fotografías o discos, aparición en revistas, vaya, que las personas que ni lo conocen ni están a su lado se interesen por él, debido a la admiración que genera su virtuosismo.
Hay, sin embargo, áreas donde ese virtuosismo se degrada, convirtiéndose en "virtuosismo" y el artista no es sino un "artista". Ese es el caso de muchos de los personajes inflados por los medios masivos, donde el arte cuenta menos que el negocio. El tomar a una persona, maquillarla, publicitarla lo suficiente, hacerla participar en escándalos, y llenarla de reflectores y efectos especiales cuando se presenta en escena, yo lo llamaría "efecto Mago de Oz". El "artista" puede carecer de todo virtuosismo, porque este es inventado por la parafernalia con que se hace rodear.
Pero descartando este último fenómeno creado por los comerciantes del espectáculo, y volviendo a la consciencia escénica ideal, el escenario es una especie de templo del poder en que el público es un grupo de súbditos contemplativos, más o menos diletantes que, al menos durante el tiempo de la presentación, carecen de vida propia y se dejan llevar por la vida del artista. Y los fanáticos se dejan llevar de tiempo completo. El escenario genera una relación vertical entre los elementos humanos que participan.
El fandango se intersecta en algunos puntos con las artes escénicas: contiene música, canto y danza. También contiene espectadores, en algunos momentos. La única área en desnivel es la tarima, tabla, tablao o artesa, y este desnivel puede generar confusión a las personas no familiarizadas. Pero no estamos hablando aquí de un "escenario pequeñito", sino de un instrumento de percusión que, a primera vista, es a la vez el centro energético. Pero el centro real es el complejo formado por músicos, cantadores y bailadores, tarima incluida, y a partir del cual estos personajes establecen una relación horizontal con dos círculos más amplios, todos concéntricos. El primero de ellos es el de más bailadores, cantadores y músicos que se alternan con los primeros en un flujo natural, materialmente mezclado con espectadores que se acercan.


El segundo lo forman otros espectadores, junto con otras formas de participación no musical: cocineras, mecenas momentáneos que consiguen bebidas para los participantes y hasta uno que otro etnomusicólogo con grabadora, jajaja.
Considero que la diferencia más importante, y poco entendida, es precisamente esta relación horizontal entre todos los asistentes a un fandango, por su carácter concéntrico. Una muy adecuada descripción del fenómeno es la frase "la tarima es un altar" (usada como título de un disco del Grupo Río Crecido, de Santiago Tuxtla, Veracruz). Aun cuando frente al altar (o sobre él) se encuentre un sacerdote, la veneración de los presentes no es al sacerdote mismo, sino a lo que el altar representa, y va más allá de cualquier individualidad: es una entidad independiente y sobrehumana que convoca y conglomera alrededor de sí a la colectividad.
Aunque también existan individuos cuyo virtuosismo sobresale (una cantadora excelente, un guitarrero experimentado) y ejerzan una especie de sacerdocio o liderazgo, la naturaleza concéntrica hace que sean parte de la colectividad, porque nadie pertenece al centro. Y algo muy importante es que su liderazgo no es otorgado por imposición, sino reconocido naturalmente por la colectividad, como una función social dentro de ella misma. Son personas que la colectividad necesita para organizarse, y que se ponen al servicio de dicha colectividad.
En resumen: el escenario divide a las personas y genera una comunicación unilateral donde un grupo emite y el otro recibe pasivamente, y el fandango colectiviza, y genera un flujo de comunicación biunívoca alrededor de algo superior a todos. El fandango es un espacio sagrado, de aprendizaje social.



MÚSICAS TRADICIONALES
Antonio Castro García y Ana Zarina Palafox Méndez

Las culturas tradicionales no son algo que se mira en el escaparate, la vitrina o el museo. Somos nosotros mismos, a través de los personajes que de manera cotidiana rondan las calles, cantos, celebraciones y motivos de cada pueblo, de cada ciudad, de cada región del país. Mirarlos es entendernos a nosotros mismos. Nos encontramos inmersos dentro de uno de las más extensos inventarios vivientes con una gran memoria de géneros, ritmos, voces, instrumentos y danzas que un país pueda albergar y señalar como propios. Por ello creemos importante insistir en recordar su existencia y recrear su ambiente. ¡Es increíble que ante esta riqueza y diversidad haya quienes crean en los procesos de globalización de la cultura!
México alberga cientos de tradiciones musicales, mismas que se han transformado y adaptado al paso de las épocas, otras permanecen casi intactas desde tiempo atrás, pero su expresión permanece clara en nuestros días.
Si hacemos un recorrido por las regiones de nuestro país, hemos de experimentar momentos mágicos. Cuando caminamos entre una comunidad y otra y estamos en contacto con los sonidos naturales del paisaje, cuando comemos los alimentos cotidianos del lugar, cuando vemos los colores del entorno, nos resulta obvio el origen de su música. Por ello insistimos en llamarles músicas tradicionales a aquellos estilos que han permanecido por generaciones en regiones determinadas, sin depender de modas, medios de comunicación o publicidad para sobrevivir. A aquella música que nos permite conocer a los seres humanos que, a pesar de sus aparentes diferencias geográficas o culturales, son un espejo de nosotros mismos.
La música forma parte de la identidad de los habitantes de nuestros pueblos, y acompaña a las lenguas, vestimentas, rituales y celebraciones. Así, las expresiones musicales varían de región en región y han sobrevivido a pesar de modas e influencias siempre presentes. La música propia resurge en la memoria colectiva aún fuera de nuestras fronteras y ejerce influencia sobre las nuevas tendencias musicales. Todos sabemos que la música, además de rebasar fronteras, se escucha en cada poblado de este país.
Tierra, música, canto, baile y paisaje se conjuntan en un entorno particular en cada región de este país, mostrándonos diversas y maravillosas realidades que muchas veces ni siquiera alcanzamos a imaginar. Estos elementos toman su fuerza del entorno, la historia, las situaciones, los seres humanos que los crean, recrean, sufren y disfrutan.
La cultura musical se convierte así en una parte de nuestra identidad y fortalece nuestra pertenencia e identidad misma que trasladamos y adaptamos para posibilitar la continuidad de las relaciones de grupo a otros ambientes que no son las que le dieron origen.
Hay personas que nos han preguntado si éste es un trabajo "de rescate". La respuesta es SÍ. Nos rescatamos a nosotros mismos: cuando conocemos culturas diferentes, nos cuestionamos la propia, y tratamos de abrir más y más nuestra mente. Si usted desea compartir estas maravillas, lo invitamos a hacer un recorrido en pantalla por la vasta multiculturalidad mexicana.

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