por EL TALLER DEL NORTE
Recién acabamos de darnos unas desveladas por aquello de las posadas y las demás festividades navideñas, cuando ya tenemos en puerta el siguiente brindis: el de año nuevo. Y como cada año se vuelve costumbre el dar abrazos y el pensar en los deseos para el futuro, no tardamos en contar el 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1 … cuando la champaña y sidra vertida en las copas nos hace olvidar nuestras reflexiones “que el año que viene ya no voy a gastar en chucherías”, “que ahora si voy a ahorrar”, “ya me voy a levantar mas temprano”, “juro que esta vez si me caso”, “voy a dejar el chupe”, etcétera, etcétera … si como no y nuestra de que la queremos. De nada nos sirve ese borrón y cuenta nueva, al menos a los que no cumplimos ni la centésima parte de los propósitos, excusas no faltarán; total al fin y al cabo podemos esperar un año más.
Desde que éra pequeño me acuerdo de las reuniones familiares y de vecinos, con los amigos observamos como parte de un juego todas las modalidades de un festejo: que las doce uvas, que los discursos, que los abrazos, que los chones rojos, que las monedas en las macetas, que los balazos, etcétera, etcétera… esta vez el desvelo no nos traía ningún regalito como en la navidad, sin embargo veíamos con gusto la proximidad de los juguetes el 6 de enero. Y a veces sin dormir nos aventábamos el primer día viendo la televisión desde el famoso Desfile de las Rosas y todos los tazones de futbol americano colegial, hasta los especiales de películas con permanencia voluntaria, para eso contábamos con abundancia de comida y no porque mamá haya tenido que cocinar ese día sino porque en realidad había bastantes sobras desde las botanas con cacahuates, papitas fritas y toda la cosa hasta los guisados, tamales, tostadas, pozole y demás etcéteras. Claro que la cosa se ponía color de hormiga cuando exclamábamos “¡Chin la tarea!” pues el día dos o tres se reanudaban las clases y enero era el mes de exámenes del primer semestre escolar y por supuesto no habíamos estudiado nada.
Al ir creciendo y sobre todo al comenzar una vida laboral veía en el año nuevo el aumento de salarios, pero también de precios y lo peor que comenzaban a escasearse las cosas de primera necedad) si dije bien necedad y no necesidad) como son los cigarros y pues si no nos habíamos preparado con anticipación nos teníamos que conformar con pedir las tres o ya de perdis con fumarse unos Faros o Carmencitas o sino las Alas (¿Qué no son los Alas?) no son las Alas, pero Alas costillas de otro. Lo del azúcar, los huevos, la leche y demás productos dejó de ser anual y se convirtió en algo común y corriente, pues la canasta básica que daban y quien supuestamente defendía al consumidor salía por lo menos 4 veces al año.
En el trabajo el año nuevo además del aumento venía la esperanza de la promoción a otro puesto, a ascender en el escalafón y sobre todo haber si ahora nos daban la planta o la base. Por eso soportábamos en el brindis de año nuevo al transformer de nuestro supervisor que nos abrazaba con todo y aliento alcohólico, viendo el lloriqueo del delegado sindical charro y la hipocresía y hasta indeferencia del patrón.
Pero hay un lugar donde aprendemos más y se llama la universidad, pero no me refiero a ese monumento de aulas y edificios, sino a la calle, a la población; pues ahí escuchábamos los comentarios más certeros que envidiaría cualquier astrólogo estilo Walter Mercado, “que este año se van a salir tres secretarios de estado”, “que aunque nos pese el PRI va a ganar en las elecciones”, “que los gringos van a descubrir no se que cosa”, “que los rusos ya van a tomar Pepsicola”, “que a Fidel no hay quién lo tire”, etcétera, etcétera. Y todo esto viene al cuento porque no se a quién se le ocurrió ponerle un nombre al año, ya sea a nivel nacional o internacional; así tuvimos el “año del niño”, “el año de la mujer” y pues solo viendo los almanaques pudiéramos recordar más nombres, lo que no se me olvida nunca es aquella vez que me dijeron “¿Ya sabes como se va a llamar el próximo año?” y pues yo ignorante respondí con un no y al escuchar el nombre me quedé más atónito, después pensando en todo lo cierto que encierra esa sabiduría popular a cada año nuevo yo le pongo el mismo nombre ¿cuál? pues el de “José Luis Cuevas” ¿de quién? Pues del conocidísimo tlacuilo que tiene por fama conocer más fondo a la s musas que posan para sus pinceles. Bueno y es que al final de cuentas por fin se le ha hecho un merecido reconocimiento a su arte pictórico.
En fin se celebrará de nueva cuenta en México el próximo año con un aumento de precios, del transporte, con nuevas leyes con más tragos amargos de devaluación y crisis, con un aumento de violencia, con más rabia que producen los gobernantes y aunque estemos en los Unites no nos salvamos, sino pregúntele a la Migra y a los legisladores y a todos los políticos que la traen dura contra los latinos y en especial los mexicanos. Por eso cuando estemos en los brindis, en los deseos, en los propósitos y en todos los festejos de año nuevo, no nos olvidemos del año viejo, ni veamos al venidero como el mejor, pensemos en esa sabiduría popular que bautizó el año nuevo con el “Año de José Luis Cuevas” ¿y por qué? Pues sencillamente porque pinta de la chingada.
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