PALOMAZOS

Una sección en donde nuestros colegas artistas nos acompañan
en el escenario, pero en esta ocasión utilizando la palabra escrita.



FOTO FM Sr.

DE CUANDO SILVIO RODRIGUEZ, EL YOLOCAMBA I TA
Y UNA BELLA CHICA EN EL PARQUE ALMENDARES (1)
Roberto Quezada (2)

Me aferro a no olvidar las cosas pues olvidar lo vivido sería morir a pedazos, y dejar que mi padre y mis hermanos murieran de nuevo en aquel pujo de cambiar la proa de los vientos que aún nos soplan…
Eran los primeros días de julio de 1979, llegamos al viejo Aeropuerto Internacional de Ilopango “El Gallo” (líder campesino de la UTC (Unión de Trabajadores del Campo) y el Yolocamba I Ta (el formato de aquel entonces: Franklin Quezada (hermano de sangre y canto), Paulino Espinoza (siempre hermano de canto) y yo: Roberto Quezada).
Juro que a mis 23 años, cuando subía las gradas para entrar al avión, ni siquiera sospechaba de la importancia de los días que se avecinaban. La convicción revolucionaria de El Gallo era la única responsable de que aquel hombre subiera las gradas para entrar al avión, plenamente convencido estaba de que “semejante animalón” no lograría alzarse en vuelo.
Comenzamos pues la travesía, y a pesar de los pronósticos de El Gallo, aterrizamos en el aeropuerto Internacional Juan Santamaría de Costa Rica. Ahí se suma a la expedición Manlio Argueta (hermano de verbo por ustedes conocido). A la mañana siguiente otro avión (aún más grande, para sorpresa de El Gallo) nos llevó a Panamá. Omar Torrijos nos había preparado el itinerario para vivir unas de las semanas más importantes de mi vida, y me atrevo a pensar que también fue unas de las semanas mas importantes en la vida de aquellos que me acompañaban por la travesía.
La primera noche inolvidable de aquellos días fue en casa de nuestro querido amigo y compinche de guitarras y esperanzas: Rómulo Castro, quien nos tenía preparada una sorpresa: el encuentro con tres destacados músicos cubanos: Vicente Feliú, Augusto Blanca y Lázaro García. De aquel cenáculo escribiré en otra ocasión, basta con decir que aquella noche nos aperamos de canciones y bastimentos varios para continuar en nuestra lucha.
Tres días más tarde nos aprestamos, sin dudarlo, a cometer uno de los delitos más grandes que como “salvadoreño” se podía cometer en aquellos días: viajar a Cuba, aún recuerdo que el pasaporte detallaba la lista de países a los que los “salvadoreños” teníamos determinantemente prohibido viajar, Cuba entre ellos …
Llegamos, pues, a Cuba, sabiéndome honrosamente delincuente por estar en tierras de Fidel, Antonio Maceo y de Martí.
El día siguiente fue el 19 de julio de 1979, nos tocó actuar en la apertura del Festival de las Artes del Caribe (CARIFESTA), en el Palacio de los Deportes de La Habana. Fidel bailó cuando cantamos la canción “Ya me voy, para Cuba ya me voy” de Jorge (El Viejo) Palencia, media hora después una emotiva delegación nicaragüense irrumpía el Palacio de los Deportes serpenteando la bandera del FSLN, por los micrófonos se anunciaba la caída de Anastasio Somoza Debayle.
La más especial de todas mis tardes en la Habana fue aquella del 21 de julio en el Parque Almendares, atardecer aquel en el que, luego de la prueba de sonido con el Yolocamba I Ta, una hermosa chica, cubana, me abordó sonriente… Ella me condujo por un puente y escuchamos la poesía de la Brigada Hermanos Saíz.
De regreso al escenario, en el que horas más tarde tocaríamos, la hermosa chica, de nombre Anabel, jugueteaba con sus dedos justo en mi brazo izquierdo… y juro que cuando su mano tomó la mía todas las hormigas del parque Almendares me treparon sonrientes, y alocadas se repartieron por toda la disposición de vencer o morir que abrazaba mi carne…
Aquella chica, sus manos, su voz y su todo me pasmó… ¿Cómo no podía ser inolvidable aquella tarde? De pronto pensé que si estar en Cuba era un delito, en mi condición de “salvadoreño”, el sentir gozo con aquel delicado hormigueo era una fechoría de incalculables proporciones… Nos acercamos al escenario de aquel anfiteatro, ahí estaban y conocimos a Aída, Roquito y Juan José, esposa e hijos de nuestro poeta mayor Roque Dalton (¿cómo no sería doblemente inolvidable aquella tarde?) Comenzaba el espectáculo, abría Alejandro García, es decir “Virulo”.
Anabel López (a esas alturas, como buen caballero, ya debía saber su apellido) me tradujo aquellas cosas que de la canción “El Chevy” no entendía. Y de nuevo las hormigas. De pronto y de la nada Anabel me ha preguntado: ¿conoces a mi hermano?, recuerdo que sin dudarlo le respondí que no, entonces fue que me tomó del brazo, me dijo “ven” y me condujo entre el público hasta llegar al costado derecho del anfiteatro. Ahí estaba su hermano, ¡coñoooooo!, al principio pensé que se trataba de una broma pues Anabel me estaba presentando a su hermano, a Silvio Rodríguez. Así pues, aquella tarde-noche fue trípticamente inolvidable: Estaba frente al hermano de aquella hermosa chica, además frente a aquel hacedor de mundos con la trova, alquimista de sueños y farolas, el ícono completo, inquebrantable, que rezaba “a fondo un hijonuestro”... frente a Silvio Rodríguez, un hermano mayor en sentido estético, es decir Humano…
De pronto la conversación con Silvio se interrumpió, yo debía subir al escenario, Virulo había terminado su presentación y continuábamos con el Yolocamba I Ta. Fuimos presentados y comenzamos con aquellas canciones necesarias. Anabel ahí, al frente como una gota de rocío que no deja de caer, la bella chica del parque Almendares con la que intercambiamos miradas y sonrisas. Luego del Yolocamba I Ta seguía Silvio. Asumo que musicalmente hablando no hicimos mal papel pues cuando terminamos de cantar aquel público quedó eufórico y de pié, algo gratificante para un músico de cualquier edad. Igual de gratificante fue el comentario que Silvio hizo al tomar el micrófono, haciendo alusión a lo bien que se sentía cantar luego de un Yolocamba que dejaba a un público en ese estado de regocijo.
Dos días más tarde la bella chica del Parque Almendares me leyó por teléfono un poema de su cosecha (maldigo mi memoria que no recuerda el poema… pero escucho su voz cuando escucho algunas canciones de Silvio), ella leía aquel poema mientras yo preparaba las maletas de regreso a la patria de la muerte, aquí donde la vida solamente dependía de la suerte… Así es que para mi retorno lié más bártulos de los que a Cuba llevé, en mi equipaje de regreso las veredas se ensancharon, traje en la maleta, junto a mi flauta transversal, a un Juan José, un Roquito, una Aída, un Vicente Feliú, un Augusto, una tortuga del CARIFESTA, unos versos de José Martí; a un Lázaro García, un Fidel, un Silvio Rodríguez y, bailando, a la bella chica del Parque Almendares.

P.D. El Gallo le perdió el miedo a los aviones, dos años más tarde los escuadrones de la muerte lo asesinaron.

(1) Publicado también en la revista contrapunto.com.sv
(2) Integrante y fundador de Yolocamba I Ta

1 comentario:

  1. Saludos a los compas del Salario, hace un par de días le preguntaba al Roco Pachucote sobre ustedes y recordamos un rato aquellos días en Neza a principios de los años 80. Gracias por su solidaridad y por esos recuerdos.

    Paulino Espinoz
    excesodeequipaje@gmail.com

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